Para muchos académicos, se debiese volver prioritario el cambiar nuestra actual forma de producir alimentos. Esto es necesario para conservar los diversos servicios ecológicos y no sobrepasar los límites que la biósfera tiene para mantener nuestra sociedad de manera saludable [1]. Entre estos servicios ecológicos se encuentran los que nos proporciona el suelo: Almacenan carbono, son vitales para el desarrollo de flora y fauna, y la principal plataforma para la actividad agrícola y ganadera. Sin embargo, estas dos últimas son responsables de hasta un 15% de la erosión de los suelos [2], por lo que nuevas técnicas y procesos son necesarios para abarcar estos problemas. Entre estas soluciones se ha propuesto el reducir o eliminar la labranza (el acto de trazar surcos en el suelo y remover tierra para poder cultivar plantas) y así mejorar la calidad de los suelos en las actividades agrícolas. En este documento, revisaremos puntos importantes de este concepto y qué experiencias existen al respecto.
Lo primero es destacar en qué consiste la labranza, aunque sea de manera general, y a partir explorar los beneficios de la reducción o eliminación de esta. La labranza consiste, normalmente, en la excavación de largos surcos, de entre 20 a 25 cm de profundidad a través del arado [3]. Esto implica pérdida de carbono y perturbaciones en el suelo, que repercute negativamente en su estado. Además, conlleva una serie de gastos en términos de mano de obra, consumo de combustible y tiempo [3][4][5]. También se ha implicado que, en general, genera problemas con la retención de agua y nutrientes de los suelos [6]. El no realizar labranza (simplemente haciendo un horado para colocar la planta o la semilla) mejora muchos de estos aspectos, reduce la huella de carbono (por la disminución del uso de combustible) hace más eficiente las operaciones (Al disminuir los costos y el tiempo en la preparación de la tierra), retiene mejor los nutrientes (como el fósforo [6]) y el agua [3][7].
De manera adicional, existe evidencia que la práctica de labranza implica un 68% más de emisiones de óxido nitroso y de metano, dos poderosos gases de efecto invernadero [8]. Incluso en países como Brasil, donde la práctica se ha extendido enormemente en las últimas décadas debido a sus múltiples beneficios, se ha visto que incrementa el valor económico de los suelos [9]. Esto le ha permitido crear una agricultura sustentable que cada vez se expande más en dicho país [5].
Y aunque no es una práctica exenta de problemas, se han creado procesos y alternativas para avanzar y crear sistemas. Algunos efectos negativos, como el aumento de acidez, compactación de suelos y reducción de la absorción de agua, hacen que no sea posible de aplicar en todos los sitios. La evidencia nos muestra que es posible realizar labranza ocasional para aliviar estos efectos sin perder los beneficios de servicios ecológicos [4]. También se ha propuesto utilizar un mantillo (una capa de material que puede ser orgánico) para la retención de agua y estabilización de acidez [5]. Incluso se han explorado opciones para los lugares donde no se puede cultivar sin labranza, como cultivar comunidades de hongos benéficos para el suelo [10] o realizar biolabranza [11], utilizando distintas partes de plantas (como raíces o ramas) para aumentar el potencial agrícola y la salud del suelo.
Sin duda la agricultura de labranza cero o labranza reducida es una de las prácticas más prometedoras de cara a una producción de alimentos sustentables, creando sistemas resilientes que incluso pueden hacer sistemas eficientes y aumentar nuestro bienestar económico, medioambiental y social.
Referencias
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